Durante la reciente situación que ha provocado la aparición del inesperado virus planetario, una de las frases que más ha circulado por las redes sociales es aquella que se atribuye a John Lennon y que reza: La vida es aquello que sucede mientras uno hace sus planes.
La sorpresa causada por la velocidad de los acontecimientos y el repentino cambio de escenario nos ha hecho detenernos, literalmente, para pensar acerca de cómo vivíamos, y quizás para despertar nuevas sensibilidades o más bien recuperar valores de un tiempo en donde la vida transcurría con más calma. Es cierto que el hombre tiene una gran capacidad para adaptarse a su realidad, de ello dieron fe los prisioneros de los campos de concentración, y es que la rutina nos encuadra en pensamientos fijos que nos ayudan a llevar el día a día. Ante las nuevas situaciones puede aparecer la ansiedad del que se siente perdido, pero al mismo tiempo se nos abren nuevos caminos que tendremos que valorar para elegir entre alguno de ellos y seguir adelante.
Esto no supone un ejercicio colectivo en el que todos caminan en la misma dirección, el camino abierto dependerá de la sensibilidad de cada individuo. Su personalidad le hará poner el acento en cosas que serán ajenas a las del vecino o muy alejadas de sus intereses. Los habrá absolutamente pragmáticos viendo oportunidades de negocio y otros apelarán a los sentimientos o se verán afectados en el plano psicológico.
En lo que atañe a la arquitectura o más concretamente a la casa, todo el mundo habrá hecho su análisis D.A.F.O. particular sobre dos aspectos básicos, uno funcional y otro emocional.
En el aspecto funcional, muchos de nosotros hemos aprovechado los tiempos muertos para revisar armarios y estanterías, para darnos cuenta de la cantidad de objetos acumulados a lo largo del tiempo que ya no tiene sentido que permanezcan en el lugar que ocupan.
De los espacios de la casa la cocina ha sido otro gran descubrimiento para muchos de nosotros. Hemos valorado el tiempo de dedicación y el esfuerzo y la generosidad que requiere la preparación de un buen plato, el cariño que encierra el hecho de dar de comer a otros. También ha sido un reto que en muchos casos nos ha invitado a desarrollar nuestra creatividad.
Respecto a los espacios del resto de la casa, estos se han visto sometidos a un test de estrés funcional al recaer sobre ellos usos para los que no estaban previstos o bien para soportar tanta intensidad de uso en tanto tiempo. Se han convertido en lugares de trabajo, gimnasios, guarderías, espacios de acogida, de ocio y otros usos más. La mayoría de los espacios de las casas se han diseñado pensando en una sola función, en ese sentido son muy rígidos y ya su denominación nos indica su vocación única, pasillo para pasar, dormitorio para dormir, comedor para comer, cocina para cocinar, sala de estar para estar. Este planteamiento debería de cambiar a la hora de diseñar nuevas casas para pensar en la polivalencia de uso de sus espacios y las posibilidades de transformación, para hacerlos adaptables a situaciones más complejas, temporales o imprevistas. Haciendo un paralelismo con el fenómeno de las “camas calientes” podríamos hablar de “metros cuadrados calientes” en donde toda la superficie de la casa está activa en todo momento, ya no hay lugar para esa habitación de invitados que raramente los recibe. Para calificar esos nuevos espacios habría que recurrir a denominaciones compuestas por diferentes palabras como, pasillo-biblioteca-estudio, habitación-gimnasio-juegos, cocina-espacio creativo, comedor-juegos-gimnasio, comedor-teletrabajo, cada uno de estos términos intercambiables según quien y cuantos van a ocupar la casa. Podríamos decir que se tratará de espacios que se interpretan, en donde su uso no está preestablecido, su denominación final queda en manos del usuario.
Otros aspectos exigibles son las condiciones físicas de la vivienda como disponer de la ventilación suficiente y de luz natural. La salubridad en nuestro entorno ha sido uno de los aspectos del que deberíamos ser más exigentes.
Un factor fundamental a considerar para el bienestar del individuo en el espacio que habita es el psicológico. Poder disfrutar del silencio o de la música sin molestar o ser molestado por ruidos exteriores o interiores, de unas buenas vistas hacia un panorama despejado y verde o que la casa esté ubicada en un barrio con buenos servicios sería lo más deseable. También hay que decir que todo ello está ligado a factores económicos y es por esto que hay quien, como alternativa, se plantea buscar zonas del extrarradio de la ciudad o de poblaciones cercanas en busca de la calidad ambiental que le falta en este momento.
Desde el diseño se puede mejorar el ambiente interior y psicológico de la casa trabajando sus espacios y los elementos que los definen como si de un paisaje transformable se tratase. Huir del diseño monótono funcionalista, de la seriación de estancias como si de una sucesión de camarotes de un barco se tratara. Hay que enriquecer visualmente los interiores evitando la lectura inmediata de los espacios mediante transparencias, la posibilidad de provocar visuales largas o bien acotarlas, diseñar recorridos que tengan diferente aspecto según el sentido en el que nos movemos y otros recursos que he ensayado en mi trabajo. Solo cuando se vive en ellos se llega a apreciar la variedad de sensaciones que se pueden experimentar en los lugares diseñados con estos criterios.
En definitiva, la casa que habitamos es parte de nosotros, influye en nuestro bienestar, nuestra salud física y mental, es una referencia vital importantísima que echamos en falta en cuanto pasamos una temporada alejados de ella.
Es deseableque esta crisis haya servido para tomar en cuenta la importancia de los lugares en los que vivimos. Esto también es extrapolable a la ciudad como ecosistema o hábitat que el hombre ha creado para su subsistencia tal y como una eficiente colonia de termitas hace su termitero.
El confinamiento también nos recuerda que somos animales sociales y que la casa no basta para desarrollarnos como individuos. Para ahora y para el futuro es deseable habitar ciudades más limpias, exentas de humos, más arboladas, potenciar el sentido social del espacio público como lugar de encuentro y participación con usos abiertos. Tenemos ejemplos claros que van en esa dirección incluso en una ciudad tan inabarcable como Nueva York, junto a otras más amables y pioneras como Copenhague o Melbourne. En esta manera de entender el espacio público coinciden dos términos: público y doméstico. Público como espacio de relación, intercambio y participación y doméstico como espacio para el descanso, seguro, amable, acogedor. En definitiva, se trata de crear espacios de confianza y de encuentro en donde se establecen vínculos que traen un sentido de cohesión social y de proximidad hacia los otros.
Ante esta nueva normalidad tomemos consciencia de que se pueden mejorar las cosas y esto haga que nos pongamos a trabajar para conseguir un entorno más humano, ajustado a nuestras necesidades vitales, que el usuario sea alguien más exigente en sus demandas y más consciente en sus elecciones para las cosas de la vida.