“Detrás de cada edificio hay un hombre que no ves”. Tal era la afirmación de un viejo y famoso arquitecto americano a otro más joven que le pedía consejo. En 1961 El arquitecto catalán José Antonio Coderch recoge esta anécdota en uno de sus escritos y hace notar el hecho de que el viejo arquitecto utilizara la palabra “hombre” y no la palabra “arquitecto”. Es cierto que entonces nuestra profesión estaba protagonizada casi exclusivamente por hombres y aunque podamos entender que utiliza el género masculino con independencia de género la frase debería actualizarse. Hoy en día tendríamos que utilizar alguna palabra más adecuada y para ello se me ocurre, persona. Reformulando la afirmación que nos ocupa diremos “Detrás de cada edificio hay una persona que no ves”.
Esto hace pensar inmediatamente en lo que hay detrás de cada una de dichas palabras. Persona como ser que piensa y desarrolla su conducta de acuerdo con una visión del mundo ligada a un código moral. Arquitecto como profesional que desarrolla una actividad.
Yo no me atrevería a separar las dos palabras, el arquitecto es una persona y como tal en su actividad diaria el contenido de estas palabras está íntimamente ligado. Deduzco que la formación de un arquitecto no se puede confiar en exclusiva a una institución como es el caso de una Escuela de Arquitectura. Cuando un alumno se matricula en la universidad ya es un ser adulto, en la escuela pasará un breve pero importante periodo de su vida. Es necesaria, pues, la formación del arquitecto fuera de la escuela, durante y en la etapa posterior a ésta. La escuela nos proporcionará unos conocimientos que nos ayudarán a desenvolvernos en el mundo profesional una vez terminados los estudios. Todo aquello que nos hará crecer profesional y humanamente se lo ha de procurar el arquitecto. Mediante la lectura, el estudio, los viajes, las relaciones con otra gente, con otros medios de expresión, etc. Actividades que hacen de la profesión una actividad más humanista.
La persona como arquitecto está presente en cada proyecto que realiza, no solo como el técnico que aplica unos conocimientos académicos, si no que sobre el papel deja parte de sí mismo, parte de todo lo que ha ido conociendo, viviendo y aprendiendo. Es al llevar a cabo el proyecto cuando se puede comprobar todo aquello que se ha ido cuestionando y a lo que ha tenido que dar una respuesta también desde su parte más humana. Esto es lo realmente importante.
Pero quizás detrás de la frase apuntada por Coderch se adivina la visión heroica, individualista más propia de otros tiempos, del arquitecto tal y como se relataba en “El Manantial” (The fountainhead), una novela de 1943 en la que su autora Ayn Randde escribía “El ego del hombre es el manantial del progreso humano” y que el director de cine King Vidor llevó a la pantalla en 1949 siendo protagonizada por Gary Cooper. Aun siendo cierto todo lo dicho anteriormente, el arquitecto tampoco ha de pensar que viaja solo. En ese periplo hacia la consecución de un resultado final va acompañado de un contexto humano muy variado que incluye su propio equipo de trabajo, colaboradores externos, clientes e industriales que junto con las circunstancias darán lugar a múltiples situaciones inesperadas, complejas que permiten decir que en realidad detrás de cada edificio hay muchas personas y muchas historias, al arquitecto le toca lidiar con todo eso para llevarlo a buen puerto sin traicionarse a sí mismo, a sus principios y a las personas que lo rodean.