La Vivienda Ideal / by Carlos Salazar

Una de las preguntas más recurrentes tanto en mesas de debate especializado como en prensa, televisión o incluso durante una situación informal y que no deja de sorprenderme es: ¿Cuál es le modelo de vivienda ideal? Tantas veces me he encontrado con esa pregunta y sin embargo la reacción que me provoca no es pensar una respuesta si no darle vueltas a otro interrogante: ¿Existe un modo de vida ideal? Dejemos aparte el pensar si existe un canon de belleza universal, los debates en torno a lo bello y lo sublime son para otra discusión.

La contestación en forma de pregunta surge a consecuencia del hecho de que no existe una respuesta única, cerrada y rotunda a esa cuestión. Hasta mediados del siglo XX el modelo de vida para un individuo era un guión que le venia dado desde su infancia, un modelo que se heredaba de padres a hijos. Salirse del guión era motivo de marginación y en algunos casos incluso de cárcel. Este modelo normativo era el de la familia tradicional, padre madre e hijos, guiados por una moral por la cual había que hacer gala para no caer en la sospecha de una actitud desviada, fruto de las circunstancias de su tiempo en donde el clan era la base de la supervivencia. Es sorprendente cómo en las películas y reportajes de los años 50 todos los personajes de clase media y alta responden al modelo de hombre con chaqueta, corbata, fumando, la mujer necesariamente femenina y dependiente de éste. El individuo diluido en el pensamiento común era anónimo. Afortunadamente hoy en día ese modelo se puede asumir libremente pero ha pasado a ser uno más entre otros muchos. La sociedad es más abierta, participativa y todos los intereses, las sensibilidades tienen cabida en un mismo entorno. En este momento proponer un modelo de vivienda ideal está fuera de nuestro tiempo. El mercado así lo ha detectado y su producción va en ese sentido, detectar los usos y costumbres de nuevos colectivos para diseñar productos específicos de consumo. Todo esto es muy evidente en el ámbito de la moda. El avance científico con sus descubrimientos ha hecho que la religión con sus dogmas inamovibles vayan desplazándose al entorno privado. El asentamiento de las democracias valorando la importancia de los derechos del individuo y sobre todo la liberación de la mujer, junto con la rápida evolución de las nuevas tecnologías, han posibilitado la aparición de nuevos modelos de vida, de familias, así como el uso de los espacios domésticos. Se puede trabajar en casa con un ordenador o apenas cocinar gracias a los alimentos precocinados o bien simplemente porque se come siempre fuera de casa.

Pero esto no acaba aquí. Estos modelos se van transformando poco a poco, lo que hoy es válido o cierto mañana puede estar caduco. Vivimos en la época de lo efímero, la expresión “para toda la vida” aunque expresa una voluntad real se sospecha incierta y poco probable. Hemos desarrollado el reflejo de comprobar la fecha de caducidad de todo aquello que compramos. Y también existe la voluntad de que realmente las cosas no sean para siempre, se desea el cambio y esto, en muchas ocasiones representa un estímulo. Consecuencia de ello es el fenómeno Low Cost que permite el disfrute de gran variedad de opciones, ropa, viajes, ocio, gastronomía, etc. al poder renovarse de manera continua incentivando no obstante la proliferación de otros fenómenos como el de la obsolescencia programada. El sentido y valor de lo permanente se desvanece. Los diseñadores y los industriales se mantienen muy atentos a las dinámicas que se puedan generar en la sociedad, muchas veces impredecibles, para dar respuestas rápidas y eficaces. Llegados a este punto si nos volvemos a preguntar por la vivienda ideal, al igual que las demás cosas en la vida, sería, en mi opinión, aquella que satisfaga el gusto, la personalidad y las necesidades de sus ocupantes, al menos así es como se está entendiendo en la sociedad en la que vivimos.